domingo, 27 de enero de 2008

Convivencia, Diana Uribe y el Jefe indio Seattle

Espectacular, por lo profundamente humano -a mi juicio-, el programa de hoy de Diana Uribe en Caracol. Lo repiten el sábado próximo a las 11 de la mañana y por ello les recomiendo escucharlo. Nos recordó la carta del Jefe indio Seattle.

El Jefe de la tribu Suwamish le escribió al presidente de Estados Unidos una carta que ustedes conocen, hace cerca de 150 años. Quienes me han leído u oído en los últimos 7 años saben que permanentemente los invito a todos a avanzar en el conocimiento y aplicación de los desarrollos y propuestas de las Ciencias de la Complejidad. Hay mucho conocimiento nuevo, pero, a su vez, se recoge mucho conocimiento viejo, muy viejo, ahora mejor explicado o comprendido. Esto pasa con esa famosa carta. Muchas cosas de las que el sabio jefe indio dice las recogen y profundizan las Ciencias de la Complejidad. Lo extraño es que sus enseñanzas, sus consejos, sus reflexiones no las tenemos en cuenta. Leámosla abajo (la transcribo) y veremos que Seattle nos alertaba sobre ese bendito tema de todos los días de los últimos años, el preocupante calentamiento global.

Pero, además, esa carta es una invitación a buscar maneras de convivir a pesar de las diferencias. Y es que eso es lo que no hacemos. Por el contrario, nuestro ímpetu se centra en acabar con el diferente, con el contrario. Juegos suma cero, dice la Teoría de Juegos. Esto es lo que me causa más pesimismo, como lo he dicho en lo que he escrito en días pasados. Bueno, ese pesimismo no está tan desenfocado, como también lo he dicho, pues está anunciado el Apocalipsis, si recordamos.

Mientras llega el Apocalipsis, probablemente en centenares o miles de años aún, la humanidad seguirá haciéndose mal estúpidamente. Entonces, llevemos la estupidez a sus justas proporciones, disminuyámosla. Propongo una cruzada permanente por ir creando cada día más y más términos de convivencia, desde las cosas sencillas. Teoría de Catástrofes: los grandes cambios no se producen -necesariamente- a partir de eventos grandes o espectaculares; pequeños eventos pueden causar catástrofes (buenas o malas). Recordemos el llamado efecto mariposa. Los bogotanos aprendimos a mirar y , sobre todo, a hacerles caso a las cebras en las calles sin grandes discursos pedagógicos previos: bastó la parada de mimos en esas cebras. Y comenzamos a verlas y a parar -la mayoría de nosotros, no todos- "antecitos" de ellas cuando el semáforo está en rojo. Esa pedagogía novedosa la abandonó Mockus para dedicarse a hacer espectáculo, lastimosamente. Si hubiera seguido con ella, seguro nuestra cultura ciudadana sería hoy mucho mejor. Y hasta se hubiera vuelto a reelegir a Mockus. Bueno, pues propongámomos pequeñas cosas, cada día, en cada espacio, y mejoremos esta convivencia.

De lo contrario, seguiremos matándonos. Se liberan 2 o 3 secuestrados, pero se matan 100 colombianos en los meses subsiguientes. Se habla muy bonito y se llora de emoción por las cosas buenas que pasen -la misma liberación de 3 secuestrados, por ejemplo- pero salimos a pedir la muerte física o la muerte política o civil de la senadora Córdoba, quien ha hecho sus aportes al país, así la embarre con otra torpezas. O, al revés, nos negamos a oponernos a las FARC porque podríamos darles puntos a los del gobierno. Argumentos absurdos, de parte y parte.

Si los que hacen parte del 80% escuchan los argumentos válidos de los del 20% y los del 20% escuchan los argumentos del 80%, insisto, válidos, mucho avanzaríamos. Digo válidos porque lo que veo es que unos y otros repetimos sin confirmar lo que otros nos dicen. Y en ambos lados hay verdades y en ambos lados se dicen muchas mentiras. La fe ciega, amigos, hace daño. Ante todo, porque, como conté hace unos días, es claro que el lenguaje está hecho también para mentir. Justamente hoy leo en el periódico la frase de Shakespeare "El mismo diablo citará las Sagradas Escrituras si ello conviene a sus propósitos" (a sus despropósitos, aclararía yo).

De alguna manera, mi propuesta en este blog es esa: argumentar, pero escuchando. No solo se trata de que los demás me escuchen o me lean. Si no escucho atentamente, repetiré mis errores a pesar de que el otro me esté mostrando alguna verdad. Obvio, con un precepto básico: casi no hay verdad única. Hay verdades.

A propósito, hoy también se publican los resultados de un estudio de la Universidad de Michigan: Discutir con la pareja puede ser bueno para la salud, dado que las personas que reprimen lo que sienten mueren antes. Creo que eso aplica para las relaciones entre todos los seres humanos, jefe-subalternos, compañeros de trabajo, gobierno-oposición, gobernante-gobernado. Discutir con argumentos o, al menos, sin armas letales, en niveles racionales, termina siendo bueno. El unanimismo aburre y no genera evolución.

Bueno, otra vez me jalo las orejas y salgo de mi perorata maniquea (caigo fácil en ella, como se habrán dado cuenta).

Dejemos, entonces, que hable el jefe Seattle. Retomaremos después el tema de la propuesta, la de la cruzada por la creación de más y más condiciones de convivencia, a partir de pequeñas cosas. Dilatemos el Apocalipsis. Y mejoremos la calidad de vida, la nuestra y la de los millones que sufren (hoy también se lee en las noticias cómo las metas de bienestar que se habían propuesto para 2015 no se cumplirán; imposible: seguimos en el individualismo más acendrado, loca carrera apocalíptica, así sepamos que ese Apocalipsis tarda siglos aún).

TEXTO DEL INDIO SEATTLE AL PRESIDENTE DE EEUU.


( Carta de Seattle, jefe de la tribu Suwamish al presidente de los Estados Unidos, Mr. Franklin Pierce, el año 1855, como respuesta a su oferta de compra de las tierras Suwamish.)


El gran caudillo de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El gran caudillo nos ha mandado también palabras de amistad y de buena voluntad. Apreciamos mucho esta delicadeza porque conocemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Queremos considerar su ofrecimiento, pues sabemos que si no lo hiciéramos, pueden venir los hombres de piel blanca a tomarnos las tierras con sus armas de fuego. Que el gran caudillo de Washington confíe en la palabra del líder Seattle con la misma certidumbre que espera la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como estrellas.


¿Como podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Se nos hace extraña esta idea. No son nuestros el frescor del aire ni los reflejos del agua. ¿Cómo podrían ser comprados? Lo decidiremos más adelante. Tendríais que saber que mi pueblo tiene por sagrado cada rincón de esta tierra. La hoja resplandeciente; la arenosa playa; la niebla dentro del bosque; el claro en la arboleda y el zumbido del insecto son experiencias sagradas y memorias de mi pueblo. La sabia que sube por los árboles lleva recuerdos del hombre de piel roja.


Los muertos del hombre de piel blanca olvidan su tierra cuando empiezan el viaje en medio de las estrellas. Los nuestros nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos un pedazo de esta tierra; estamos hechos de una parte de ella. La flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa: todos son nuestros hermanos. Las rocas de las cumbres, el jugo de la hierba fresca, la calor de la piel del potro: todo pertenece a nuestra familia.


Por esto, cuando el gran caudillo de Washington manda decirnos que nos quiere comprar las tierras es demasiado lo que nos pide. El gran caudillo quiere darnos un lugar para que vivamos todos juntos. El nos hará de padre y nosotros seremos sus hijos. Hemos de meditar su ofrecimiento. No se nos presenta nada fácil ya que las tierras son sagradas. El agua de nuestros ríos y pantanos no es sólo agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendiésemos las tierras, haría falta que recordaseis que son sagradas y lo tendríais que enseñar a vuestros hijos y que los reflejos misteriosos de las aguas claras de los lagos narran hechos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.


Los ríos son hermanos nuestros, porque nos libran de la sed. Los ríos arrastran nuestras canoas y nos dan sus peces. Si os vendiésemos las tierras, tendríais que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son hermanos nuestros y también vuestros. Tendríais que tratar a los ríos con el corazón.


Sabemos bien que el hombre de piel blanca no puede entender nuestra manera de ser. Tanto le importa un trozo de tierra que otro, porque es como un extraño que llega de noche a arrancar de la tierra todo lo que necesita. No ve la tierra como una hermana, sino más bien como una enemiga. Cuando la ha hecho suya, la menosprecia y sigue andando. Deja atrás las sepulturas de sus padres y no parece que eso le duela. No le duele desposeer la tierra de sus hijos. Olvida la tumba de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a la madre tierra y al hermano cielo como si fueran cosas que se compran y se venden; como si fuesen animales o collares. Su hambre insaciable devorará la tierra y detrás suyo dejará tan sólo un desierto.


No lo puedo comprender. Nosotros somos de una manera de ser muy diferente. Vuestras ciudades hacen daño a los ojos del hombre de piel roja. Tal vez sea porque el hombre de piel roja es salvaje y no puede entender las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre de piel blanca; ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el despliegue de las hojas, o movimiento de las alas de un insecto. Tal vez me lo parece a mi porque soy un salvaje y no comprendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y yo me pregunto: ¿qué tipo de vida tiene el hombre cuando no es capaz de escuchar el grito solitario de una garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor del charco? Soy un hombre de piel roja y no puedo entender. A los indios nos deleita el ligero murmullo del viento fregando la cara del lago y su olor después de la lluvia del mediodía, con su peculiar fragancia.


El hombre de piel roja es conocedor del valor inapreciable del aire ya que todas las cosas respiran su aliento: el animal, el árbol, el hombre. Pero parece que el hombre de piel blanca no sienta el aire que respira. Como un hombre que hace días que agoniza, no es capaz de sentir la peste. Si os vendiésemos las tierras, tendríais que dejarlas en paz y que continuasen sagradas para que fuesen un lugar en el que hasta el hombre de piel blanca pudiese saborear el viento endulzado por las flores de la pradera.


Queremos considerar vuestra oferta de comprarnos las tierras. Si disidiéramos aceptarlo tendré que poneros una condición: que el hombre de piel blanca mire a los animales de esta tierra como hermanos.


Soy salvaje, pero me parece que tiene que ser así. He visto búfalos a miles pudriéndose abandonados en las praderas; el hombre de piel blanca les disparaba desde el caballo de fuego sin ni tan sólo pararlo. Yo soy salvaje y no entiendo porqué el caballo de fuego vale más que el búfalo, ya que nosotros lo matamos sólo a cambio de nuestra propia vida. ¿Qué puede ser del hombre sin animales? Si todos los animales desapareciesen , el hombre tendría que morir con gran soledad de espíritu. Porque todo lo que les pasa a los animales, bien pronto le pasa también al hombre. Todas las cosas están ligadas entre sí.


Haría falta que enseñaseis a vuestros hijos que el suelo que pisan son las cenizas de los abuelos. Respetarán la tierra si les dices que está llena de vida de los antepasados. Hace falta que vuestros hijos lo sepan, igual que los nuestros, que la tierra es la madre de todos nosotros. Que cualquier estrago causado a la tierra lo sufren sus hijos. El hombre que escupe a tierra, a sí mismo se está escupiendo.


De una cosa estamos seguros: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red que es la vida, sólo es un hijo. El sufrimiento de la tierra se convierte a la fuerza en sufrimiento para sus hijos. Estamos seguros de esto. Todas las cosas están ligadas como la sangre de una misma familia.


Hasta el hombre de piel blanca, que tiene amistad con Dios y se pasea y le habla, no puede evitar este destino nuestro común. Tal vez sea cierto que somos hermanos. Ya lo veremos. Sabemos una cosa que tal vez descubriréis vosotros más adelante: que nuestro Dios es el mismo que el vuestro. Os pensáis que tal vez tenéis poder por encima de Él y al mismo tiempo lo queréis tener sobre todas las tierras, pero no lo podéis tener. El Dios de todos los hombres se compadece igual de los de piel blanca que de los de piel roja. Esta tierra es apreciada por su creador y estropearla sería una grave afrenta. Los hombres de piel blanca también sucumbirán y tal vez antes que el resto de tribus. Si ensuciáis vuestra cama, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios delitos. Pero veréis la luz cuando llegue la hora final y comprenderéis que Dios os condujo a estas tierras y os permitió su dominio y la dominación del hombre de piel roja con algún propósito especial. Este destino es en verdad un misterio, porque no podemos comprender que pasará cuando los búfalos se hayan extinguido; cuando los caballos hayan perdido su libertad; cuando no quede ningún rincón del bosque sin el olor del hombre y cuando por encima de las verdes colinas nuestra mirada encuentre por todas partes las telarañas de hilos de hierro que llevan vuestra voz.


¿ Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. ¡Así se acaba la vida y empezamos a sobrevivir!


CHIEF SEATTLE.

Chief Seattle, Suquamish
1786 - 1866

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