jueves, 1 de mayo de 2008

El Día del Trabajo

Buenos días, amigos:

Uno puede utilizar esta efeméride y felicitar a todos los trabajadores, con o sin empleo o contrato, para extender el abrazo lleno de afecto a todos los amigos. Entonces, lo hago:

¡FELIZ DÍA DEL TRABAJO, AMIGOS!

Pero, además, el día es propicio para hacer una nueva reflexión sobre las condiciones laborales en las que nos estamos moviendo. Aunque conozco opiniones contrarias a las mías, de algunos amigos, reitero la mía, llena de pesimismo, infortunadamente:
el deterioro inmenso de la calidad del trabajo en Colombia ha sido paulatino pero sostenido. Deterioro en todo sentido. Menos estabilidad, menos respeto, menos salarios, menos calidad profesional, menos salud ocupacional, menores honorarios, etc. Obvio, sé que ha habido excepciones; probablemente muchos de ustedes -y, si se quiere, incluido yo mismo- han (hemos) gozado, afortunadamente, de mejores opciones y oportunidades. Pero la generalidad no es así. Suelo resumir, por ejemplo, la condición de médicos y profesionales de la salud así: con las remuneraciones de la gran mayoría de estos profesionales, bien sea por la vía de salarios (excepto los de los pocos empleos públicos que quedan y algunos pocos cargos, especialmente administrativos o directivos, de empresas privadas) o la de honorarios, un médico difícilmente podrá sostener la matrícula de un hijo que quiera estudiar medicina en una universidad privada. Y eso es lamentable, lamentable: la evolución hasta nosotros indicaba que la tendencia era la de que los hijos superaran las condiciones profesionales de los padres. Eso, tristemente, ya no va a ser la tendencia mayoritaria. Bueno, afortunadamente se han abierto nuevas profesiones y quizá sean menos costosas y hasta con mejores probabilidades de éxito. Ojalá sean muchas las opciones por ahí.

La otra situación preocupante es la del futuro, es decir, la de la vejez. Los médicos jóvenes de hoy difícilmente se van a pensionar, y, si lo hacen, la pensión va a ser muy bajita: la cotización a pensiones hoy se está haciendo sobre cifras muy bajitas, muchos lo hacen sobre, inclusive, apenas un salario mínimo. Cuando se vayan a pensionar, su pensión será solo un poco superior a un salario mínimo ($461.500 de hoy). Quienes coticen sobre dos salarios mínimos tendrán una pensión máxima cercana a $800.000. ¿Qué se puede hacer con eso??????

Indudablemente debemos pellizcarnos, amigos. Hay que generar cambios que mejoren esto. Debemos promover, por ejemplo, mayor responsabilidad social empresarial y gubernamental y, fundamentalmente, mayor solidaridad entre nosotros. Indudablemente, también, mayor acción política.

Bien, he puesto el ejemplo de los médicos, pero esto es similar, inclusive peor, para la mayoría de los demás colombianos.

Lo triste es que ve uno noticias de otros lares y las cosas no es que sean mejores. Leo en el periódico de ayer que en Estados Unidos el ingreso promedio de los trabajadores solo ha aumentado 2.3% en los últimos 15 años, en contraste con los de los directivos de empresas, que han aumentado en promedio un 57%. La inequidad campea, la brecha se aumenta. Es decir, la injusticia social crece. Triste, triste.

Nuevamente, a buscar algo de optimismo en la incertidumbre.

No sobra poner sobre el tapete una reflexión sobre la que hemos traído otras columnas en meses pasados, por ejemplo, las de nuestro amigo Manuel Guzmán Hennessey. Recordemos que en ellas se hablaba de la importancia, la necesidad de pensar, de "filosofar", en contraste con las opiniones de gente que aboga por limitar el ejercicio de pensar. Lamentable forma de ver el mundo. Bien, transcribo a ustedes la columna de Francisco Cajiao en El Tiempo de ayer. Muy oportuna. Pensar más y mejor es la mejor opción para cambiar este estado de cosas hacia algo mejor. Bienvenidas todas sus opiniones.

¡FELIZ DÍA!


NO BASTA EL CONOCIMIENTO
Saber y pensar
Francisco Cajiao. Columnista de EL TIEMPO.
Queremos que nuestros niños sepan muchas cosas, pero más importante es darles espacio para pensar

El pensamiento de los niños necesita espacio para crecer sin barreras.
En la experiencia cotidiana es fácil encontrar gente que sabe mucho y piensa poco. Hay personas capaces de desempeñarse con eficiencia en trabajos complicados de nivel técnico o profesional, cumpliendo todas las exigencias y caprichos de sus jefes, siguiendo meticulosamente cada procedimiento preestablecido, mostrando resultados cuantificables de sus acciones y dando cuenta de cada una de sus actividades. Pero esto no garantiza que piensen más allá de lo inmediato. Incluso, en los altos estrados de la academia pueden encontrarse profesores universitarios que recitan citas extensas en diversas lenguas, reproducen con enorme habilidad teorías complejas y dominan datos y cifras a granel, pero algo nos dice que todo eso tiene un olor a ropa prestada porque cuando actúan no parece que tanta erudición se conecte con la vida.

En contraste, a veces encontramos personas sencillas, sin títulos académicos, sin presunciones intelectuales, que nos dicen cosas muy profundas sobre la vida, sobre el destino humano, sobre el acontecer público. Es verdad que no usan palabras complicadas, pero muestran largas horas de diálogo silencioso consigo mismos y con su entorno. Digamos que son los que piensan mucho aunque no sepan tanto. Ya decía san Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, que "no el mucho saber harta y satisface el ánima sino el gustar las cosas internamente" .

Cabe preguntar si el sistema educativo les da a nuestros niños y jóvenes el espacio y la inclinación para pensar, de manera que hagan de su vida un proyecto propio y encuentren razones para sentirse parte activa de una sociedad de la cual son corresponsables. La respuesta no es sencilla, pues tampoco es fácil precisar qué es pensar. Algunos caen en la tentación de reducir el pensamiento a unas cuantas operaciones mentales verificables. Pero el pensamiento profundo se resiste al encasillamiento: puede surgir de repente cuando estamos en situaciones límite, tal vez mientras tomamos el sol en una playa o mientras vemos una telenovela. Para algunos, requiere el silencio y el aislamiento, mientras a otros los asalta en medio del bullicio y la multitud. Tal vez una melodía especial o una obra de arte desencadenan una catarata imparable de reflexiones. A lo mejor una caricia o un abandono. Einstein, en su autobiografía, cuenta que su primera intuición sobre la relatividad surgió a los ocho o nueve años mientras montaba un caballito de palo e imaginaba qué sucedería si fuera un rayo de luz: en la escuela pasaba como un niño totalmente insuficiente.

Lo que es claro es que el conocimiento universal, el progreso científico, la creación artística y la reflexión filosófica surgen de personas que piensan mucho sobre aquello que saben y llegan a cosas nuevas que naturalmente no sabían ni tenían dónde aprender. Por estos días en que se realiza la Feria del Libro, surge la asociación con el pensamiento humano, que se condensa en millones de páginas que intentan atrapar ideas para hacerlas públicas, para convertirlas en patrimonio común. Pero sería fantástico saber cómo fue producido cada libro, cómo fue el proceso de pensamiento del autor, cuánto sufrió para encontrar palabras para su ensoñación o para su obsesión. Lo que sí podemos constatar es que allí, en la Feria, hay pensamiento poético, gráfico, histórico, matemático, filosófico, novelístico, religioso, culinario... y muchos pensamientos insulsos. Pero aun en la frecuente basura literaria se puede leer la necesidad de hacer públicos los soliloquios de seres humanos que más allá de repetir lo que otros han dicho se arriesgan a pensar por su propia cuenta, dejando en palabras un pequeño rastro de su paso por la vida.

Es claro que queremos que todos nuestros niños y niñas puedan saber muchas cosas, pero todavía más importante es encontrar maneras para que todos sus pensamientos encuentren espacio para crecer y fluir sin barreras, sin límites, sin clasificaciones y, sobre todo, sin tantas calificaciones.

frcajiao@yahoo. com
Francisco Cajiao