lunes, 3 de noviembre de 2008

El tamaño de nuestro drama Por Carlos Villalba Bustillo

Doy paso al columnista de El Espectador Carlos Villalba Bustillo, porque, en breves palabras, resume lo que es Colombia actualmente. Otro columnista del mismo periódico, un siquiatra, Rafael Hernando Salamanca, hablando de otro tema, igual de trascendental, nos recuerda por qué no nos damos cuenta del real estado de las cosas, de lo grave de la situación: La psiquiatría y la psicología saben, desde Freud y Nietzsche, que los humanos manejamos el impacto de las malas noticias mediante la negación. Cada vez que nos alcanza la muerte de un ser querido o se nos diagnostica un cáncer, la respuesta es un mecanismo protector de defensa: “No es cierto”. Así el organismo se da un respiro para asimilar algo que lo inundará de dolor. Igual sucede en la psicología colectiva. Esa negación generalizada permite que la fiesta continúe.

Veamos, sin más, la columna de Carlos Villalba

http://www.elespectador.com/columna-el-tamano-de-nuestro-drama
El tamaño de nuestro drama
Por: Carlos Villalba Bustillo
Nos llamaban país culto y violento cuando cada cuatro o cinco años se declaraba una guerra civil en Colombia. Y se extrañaban de la paradoja los hispanoamericanos, los norteamericanos y los europeos.Era cierto, en buena parte, y nosotros mismos nos encargábamos de pregonar que el sectarismo podía más que la cultura. Un día creímos que entendiéndonos políticamente se acababa todo, pero fue peor. Excluimos del acuerdo a las minorías y nos respondieron con otra clase de violencia que todavía existe. Y ésta generó otra que también existe, y ahí se fueron apilando.Pero la depravación entre los colombianos está llegando a niveles inimaginables, porque cuando hasta los padres sacan sus instintos criminales contra los hijos, que son carne de su carne y sangre de su sangre, no hay poder humano que ataje el desplome de nuestros resortes morales. La indolencia y la codicia barrieron de nuestra conciencia las represiones que nos mantenían dentro de límites normales. En una sociedad donde la familia se desintegra, la convivencia es inalcanzable.Los últimos falsos positivos, que suman más de cien jóvenes muertos, y el secuestro y asesinato de un párvulo de sólo once meses, impiden un juicio sereno sobre la descomposición psíquica que impera en el ambiente nacional. No hay excepciones: todos los núcleos políticos y sociales son protagonistas y por lo tanto responsables del turbión de atrocidades que empeoran día tras día en los escenarios más variados: los hogares, los colegios, el campo, los barrios de las grandes ciudades.De poco han servido los mecanismos de protección de los derechos humanos que nuestra Constitución y nuestras leyes han consagrado. Los desquiciados y los desinhibidos los irrespetan ahora más que nunca, sin miedo a la cárcel y al escarnio. Creer que los asustamos con la cadena perpetua o con la pena de muerte es una ingenuidad. Padecemos un problema de cultura: los colombianos andamos en la cultura de la transgresión. Transgredimos la ley, los valores, la ética, las costumbres, el sentido de la vida y nuestros propios sentimientos, siempre en función de un interés.En Colombia hay más voluntad política y recursos para los subsidios electorales de Familias en Acción que para poner a salvo de la violencia intrafamiliar a las mujeres y a los niños. De modo aislado, en Bogotá, Medellín, Pasto y ahora en Cartagena se avanza en la formalización de una política con diagnósticos y metas para replantear la visión del sector público sobre la situación de las mujeres, su papel dentro de la familia, su condición de madres y su participación en la vida democrática. Pero en el epicentro del poder las agobia el desamparo.Por eso, al mismo tiempo que seguimos hablando de penas y de reformas a los códigos tenemos que pensar cómo restauramos, en este país donde vive la gente más feliz del mundo a pesar de todo lo que nos ocurre, el nivel de dignidad y humanismo que nos libere de un Apocalipsis. No basta con que el Presidente asista a las exequias de Luis Santiago Lozano, ni que diga que su gobierno endurecerá la mano contra los falsos positivos, ni que repita en los consejos comunales su estribillo contra el terrorismo. Parodiando a Martín Fierro, si tiene la presa de la reelección segura, que no deje dormir la causa, que es la regeneración de un pueblo que puede viajar por las carreteras, pero cuyos niños no están seguros ni en su propia casa. Ese es el tamaño de nuestro drama.

Carlos Villalba Bustillo

Para terminar, transcribo la parte final de la columna del siquiatra, con la aclaración de que en donde pongo Colombia, decía el mundo, en una parte, y la humanidad en la otra:

“Denial”. Negación era la razón primordial por la cual Colombia seguía tan campante. La única manera de despertar es insistir, echando una y otra vez la verdad a la cara como un psicoterapéutico baldado de agua fría. Aún así, Colombia permanecerá dormida en tanto la tierra arde.

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